Había una vez una niña, que se llamaba Mahba. Vivía con su papá, su mamá, su hermanito y su hermanita en una gran ciudad, en un apartamento de un edificio de pisos. El colegio estaba cerca y ella disfrutaba yendo a aprender cosas nuevas, aunque a veces habría preferido estar jugando con sus amigos y sus hermanos en el parque. Mahba era una gran amante de los animales y la naturaleza. Aunque vivían en una ciudad y su familia era humilde, muchos fines de semana sus papás la llevaban a ella y sus hermanos a pasar el día en el campo, en unas montañas cercanas. A los tres les encantaba jugar en los prados y los bosques, al aire libre, bajo el cielo inmenso, rodeados de árboles, ríos y animales. Mahba lo pasaba en grande construyendo cabañas con sus hermanos. También jugaban a hacer pequeñas presas en los riachuelos, con tierra, piedras y ramas de los árboles que recogían del suelo. Les encantaba acechar y cazar saltamontes y lagartijas. Los sostenían en sus manitas para observarlos bien de cerca, con curiosidad y asombro, pues se admiraban profundamente de su belleza, y luego los devolvían a la naturaleza de nuevo para que siguieran su camino. A Mahba le encantaba mirar las estrellas. Le fascinaba la noche, la sencillez y belleza del cielo estrellado, y la profundidad del misterio que suponía para su mente, que intentaba comprender pero solo podía enmudecer y rendirse ante aquella inmensidad. Mahba era una niña curiosa, y preguntaba a su papá sobre la creación de las estrellas y el universo, y sobre cualquier otra cosa que le fascinara y supusiera un misterio para ella. Algunas veces su papá le contaba cosas sobre los planetas y el sol, sobre el día y la noche, sobre los animales y las nubes, y ella le escuchaba encantada. Esos momentos eran mágicos para ella y los disfrutaba mucho, pues no sucedían a menudo, ya que su papá trabajaba mucho y solía estar muy ocupado. Mahba deseaba pasar más tiempo con su papá y su mamá, pero muchas veces no era posible. Cuando no estaban trabajando, a veces sus papás tenían muchas preocupaciones y estaban serios y pensativos. Y otras veces, incluso peleaban entre ellos. Esos eran los peores momentos. A Mahba le entristecían mucho, se sentía lejos de su papá, y también de su mamá. Una mañana, antes de ir al colegio, pasó algo feo que le entristeció muy especialmente. Su mamá, que estaba triste y enfadada con su papá, regañó a la niña sin razón. Mahba se sintió mal, pues no entendía por qué su mamá estaba tan enfadada con ella, y se esforzó mucho pensando en qué podía haber hecho que pudiera enfadar tanto a su mamá. Como no encontraba la respuesta, intentó acercarse a pedirle un abrazo, pero la tristeza y el enfado de su mamá eran tan grandes, que no fue capaz de dar el cariño que la niña pedía, y siguió gritándole que ese no era momento de darse abrazos, que iban a llegar tarde al cole. Mahba sintió como si algo se le clavara en el corazón, muy muy profundo, causándole gran dolor. Su mamá la llevó de la mano al colegio, como todos los días, pero esta vez Mahba estaba ausente, dejándose llevar por la mano de su mamá, sintiéndose muy muy lejos de ella. Seguía esforzándose por comprender, y como no encontraba ninguna respuesta lógica, sacó la conclusión de que no se trataba de que ella hubiese hecho algo mal, sino de que quizás su mamá no podía ser feliz y hacer lo que quería porque tenía que encargarse de Mahba y sus hermanos. Así que quizás toda ella, su presencia entera, estaba mal. Y entonces deseó desaparecer.
Estando en el recreo en el colegio, caminaba sola, pensando en lo que había pasado, cuando tres niñas se le acercaron y se rieron de los zapatos que llevaba. Aunque sus papás trabajaban mucho, eran trabajadores humildes y no podían comprar todo lo que querrían para sus hijos. La mamá de Mahba había comprado esos zapatos pensando en que su hijita fuese cómoda y calentita en invierno, aunque no fuesen especialmente bonitos. Pero Mahba no sabía esto, y se sintió traicionada cuando aquellas niñas se rieron de ella por llevar unos zapatos tan feos. Se sintió más traicionada aún por su mamá: no la quería a su lado y además había provocado que las demás niñas la rechazasen y se burlaran de ella. La tristeza era tan profunda, que hizo que Mahba se sintiera muy sola, incomprendida y ridiculizada. En ese momento, sintió una profunda vergüenza de ser quien era. Sentía que no estaba bien ser como ella era, pues los demás no querían estar con ella. Así que sacó la conclusión de que no merecía el afecto de los demás, ni ninguna otra cosa buena de la vida. Se sentía fea e indigna. Mahba pensaba que nada de lo que hacía estaba bien, que no era lo suficientemente buena para su mamá, ni para su papá, al que apenas veía, y que no podría ser nunca buena para nadie. Su mamá no le permitía expresarse libremente, y la regañaba. A veces incluso le decía que era torpe con algunas cosas y que tenía que parecerse más a otros niños. Mahba, poco a poco, se fue encerrando más y más en sí misma, y creó una burbuja de silencio a su alrededor para protegerse del dolor que le causaba sentirse despreciada y poco querida. Por un lado, intentaba desesperadamente hacer cosas para conseguir la admiración y el cariño de su mamá, pero pocas veces lograba su objetivo. A veces seguía recurriendo a su papá para encontrar respuestas, pero él, inmerso en sus preocupaciones, se quedaba sin saber qué hacer o decir para aliviar la tristeza de su hija, y Mahba sentía que también se iba alejando de él poco a poco. Por otro lado, se distanciaba cada vez más de las demás personas a su alrededor, por miedo a que le hicieran daño. Y asumió que los demás eran mejores personas que ella, y que la ridiculizarían, como sentía que hacía su mamá con ella. Mahba se refugió en la capilla del cole. Adoraba ir allí del a rezar y lo hacía siempre que podía. Sólo se sentía en paz allí, o cuando estaba en la naturaleza. Eran los únicos dos sitios donde se sentía tranquila, donde sentía que estaba en el sitio correcto y que ella era adecuada y correcta tal como era. En estos sitios, no tenía que hacer esfuerzos para ser diferente, para que los demás la quisieran. En estos sitios estaba bien ser tal y como ella era. Cuando estaba aquí sola y abría su corazón, sentía un gran amor brotando de él, hacia la vida. Y entonces se sentía plena, feliz, completa y perfecta, tal y como era. Pero claro, tarde o temprano tenía que volver a casa con sus papás y sus hermanos, o a las clases con sus compañeros, y entonces volvía a sentirse asustada, volvía a sentirse como un pececillo fuera del agua, como si ella no encajara ahí y además fuese por su culpa. Así que seguía esforzándose por ser de otra manera, seguía buscando formas de complacer y gustar a los demás, especialmente a su mamá. Mahba sentía tristeza, confusión, miedo y rabia. Y se sentía cada vez más sola, inadecuada y desmotivada. Y así pasaron muchos días. Una mañana soleada, sus papás anunciaron que pasarían el día en el campo. La cara de Mahba se iluminó. Ese era el tipo de noticias que le encantaba escuchar. Prepararon algo de comida y se fueron todos a pasar el día en la montaña. Mahba corría por la montaña, sobre las rocas y entre los árboles. Le encantaba la sensación de libertad, sentir el sol y el viento en su piel. Jugar con el agua de los ríos, observar los animales, hacer con sus hermanos construcciones con tierra, palos y piedras. Por unos instantes, volvió a sentirse feliz, en su hogar. Pero aquel día, no era un día cualquiera. Aquel día, ocurrió algo fuera de lo habitual. Mahba se había adentrado en el bosque, buscando buenas ramas para hacer una cabaña con sus hermanos. Se había despistado, mirando al suelo, buscando las piedras y las ramas perfectas para la construcción del refugio. Cuando levantó la cabeza, vio que estaba en un sitio especialmente bonito. Se trataba de un claro en el bosque, donde se respiraba una profunda tranquilidad. Parecía que el tiempo se hubiese parado por un instante. La Luz del sol llegaba templada e inundaba el sitio de alegría y vida. Había florecillas de preciosos colores, y las abejas y las mariposas revoloteaban juguetonas. Mahba se quedó muy quieta, de pie, admirando tanta belleza. Para su sorpresa, una de las mariposas, una que tenía un color malva y dorado precioso, se acercó hacia ella y revoloteó cerca de su cara. La niña se fijó un poco mejor y vio que en realidad no se trataba de una mariposa, sino de una pequeña hada mágica del bosque. A pesar de su diminuto tamaño, cuando el hada habló, Mahba la escuchó con toda claridad. “Pequeña humana, veo que llevas mucha tristeza en tu corazón.” Mahba la miró asombrada, ¿cómo era posible que ella lo supiera? ¡Y que pudiera comunicarse con ella! El hada sonrió: “En el mundo en el que yo vivo, podemos saber lo que los demás seres sienten y piensan, y comunicarnos entre todos, por diferentes que seamos, porque lo hacemos con humildad, con el corazón abierto. Cuando el corazón está abierto, todos somos capaces de hacer cosas milagrosas. ¿Quieres que te cuente un secreto? Yo sé exactamente por qué te sientes triste y cómo puedes pararlo. ¿Quieres que te lo cuente?” La niña, sorprendida, dijo que sí, ¡claro que le encantaría saber cómo podía parar aquella sensación tan fea! El hada mágica le explicó: “Bien. Lo que voy a contarte ahora es algo muy importante, así que presta mucha atención: todo lo que hay en el universo y que te maravilla observar, ha sido creado desde el amor, con amor y solo por amor. Tú lo sabes en tu interior, o no te quedarías con la boca abierta admirando toda la belleza que hay en el mundo que percibes, ¿verdad?. Lo que has olvidado, es que tú también eres creación de Dios, y que por lo tanto también has sido hecha con mucho amor, igual que todo lo demás en el universo. Realmente, eres muy amada por él, así, tal y como eres. No podría ser de otra manera, ¡fue Su decisión que fueras como eres! Si ha hecho las estrellas, y las montañas y los árboles, y los ríos y los mares y los animales y todo lo que te encanta, tan increíblemente perfecto… ¿de verdad crees que pudo cometer un error contigo? En absoluto. Muy al contrario, a Él le encanta que seas como eres: te hizo así, eres una de sus creaciones divinas. Pero,¿sabes? A veces a los humanos se os olvida esto, que todos sois especiales y perfectos para Dios, que todos sois profundamente amados por Él y sus ángeles. Y cuando eso pasa, cuando se os olvida, os entra miedo, es normal, y entonces os sentís solos. Esto es algo que suele pasar a los mayores, están tan ocupados y preocupados que se olvidan de que sois todos niños amados de Dios, ellos también, por muy mayores que crean que son. Y entonces se comportan de forma rara, con miedo y distancia, y con pensamientos feos. Eso fue lo que les pasó a tu papá y tu mamá. En realidad no tuvo nada que ver contigo: tú no hiciste nada malo. Y aquello que pasó, ya es pasado, y lo que es pasado, terminó, y ya no puede hacerte daño.” “Ahora tú conoces el secreto de quién eres en realidad, y a partir de ahora, puedes sentir esta Verdad profundamente en tu corazón. Y si alguna vez te sientes triste, o sola, sólo has de preguntarte, ¿quién soy? Y entonces la respuesta saldrá con fuerza de tu corazón y te sentirás feliz de recordar quién eres. ¿Quieres probar?” Mahba asintió y se dispuso a hacer la prueba, cerró los ojos y preguntó a su corazón “¿quién soy?”. En ese momento, su corazón se abrió y desde un espacio infinito la inundó con el más profundo amor. Brotaba sin cesar y podía llenar cualquier sitio, llegar a cualquier parte, expandirse sin fin por todas partes. Mahba estaba asombrada. Al darse cuenta de la profundidad de este amor pensó: “¡Es verdad! Antes no sabía esto y pensaba que pasaba algo malo conmigo, que algo en mí estaba mal, pero ahora me doy cuenta de que está bien que sea como soy y que me exprese como yo lo siento. Lo he encerrado por miedo de que los demás no me quisieran, pero si a otros no les gusta, no pasa nada, no lo hago para gustarle a ellos, sino por mí, porque es así como me gusta expresarme y ser, porque es así como es natural para mí, y es así como Dios ha querido que lo haga. Si los demás no lo entienden, no pasa nada. Les pasa a ellos, que han olvidado quiénes son. Pero yo sí lo entiendo, y lo siento dentro de mí, y ahora sé que está bien que sea así. Cuando pasó aquello que me entristeció tanto no sabía esto y me sentí mal, pero ahora puedo comprenderlo y expresarlo, y si hay alguien que no recuerda quién es y me rechaza, no pasa nada, puedo caminar y marcharme tranquila a otro sitio. Ahora es diferente, es otro momento nuevo, lo que pasó es pasado. Y ahora sé la verdad.” Mahba nunca se había sentido tan feliz en la vida. Bailó y rió con el hada, hasta que el pequeño y sabio ser le dijo que era hora de volver. Mahba se despidió con mucha alegría y agradecimiento y volvió corriendo y riendo con su familia. Pasaron el resto del día juntos. Mahba estaba radiante, contemplando a sus papás y sus hermanos con una nueva mirada, llena de amor. Y a partir de ese momento, fue una niña feliz y alegre, dejó de tener miedo de lo que los demás pudieran opinar y se sentía bien haciendo y contando lo que le gustaba, aunque su mamá y su papá a veces no la entendieran. Ahora ella conocía el secreto de la felicidad. Y si alguna vez parecía que se le olvidaba, se hacía aquella sencilla pregunta, “¿quién soy?”, y entonces, la respuesta que brotaba de su corazón disipaba cualquier duda, llenándolo todo con un inmenso amor. © 2018 "La Verdad de Mahba", María Teresa Barrena Alférez
|